Son muchas veces las que he mirado al cielo buscando en la oscuridad de la noche, la luz de las estrellas.
Cerraba los ojos y soñaba despierta que podía tocarlas mientras su mágico resplandor se me escapaba entre los dedos; volvía a abrirlos y observaba que aún eran más las centellas que acompañaban a la Luna en su solitario navegar por el ancho y negro mar del firmamento. Era un encantador momento, un mágico instante en el que todo desaparecía de mi mente... tan sólo una cuestión rondaba mi cabeza: ¿por qué brillan las estrellas?
Y aunque procuré resolver mi duda, nunca alcancé un resultado concluyente. Hoy que te miro a los ojos y me ciegan su hermosura, puedo decir que he encontrado la respuesta.
Es el candor de tu hermosa mirada reflejada en las amargas lágrimas que la Luna derrama a merced de su lindeza.
Quizá por eso me encante observar las estrellas; tal vez por eso se dibuje en mi cara una sonrisa cada vez que encuentro en la espléndida Osa Menor la centella que más brilla, La Estrella Polar.
Es en ella donde se irradia el inmaculado relucir de tus ojos, la deslumbrante pureza que emerge de tu mirar como si fueran los resplandecientes pétalos de una preciosa rosa blanca...
Es la lágrima de luna donde se refleja tu hermosura, donde tu belleza interior deja su huella, es aquella estrella que orienta mi alocado destino, sí... es por eso que brillan las estrellas.
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